Mi herencia.

Quería hoy compartir un tesoro, un gran tesoro que, como todo lo que merece la pena en esta vida, no tiene un gran valor económico. Son las agujas de crochet de mi abuela, me las dio mi madre hace unos días con un cariño enorme, el mismo cariño con el que yo las recibo agradecida, más que si hubiera heredado un banco repletito, de dinero, claro, que últimamante están más repletos de deudas.
Uf,  impresiona pensar los millones de puntos que habrán tejido, las hora y horas que pasaron en sus manos, mientras conversando distraída en miles de otras cosas tejía sin parar, eso sí que era era pasión por el crochet. Y junto con las agujas, una de ellas incluso de fabricación artesana, el lapicillo con el que anotaba en sus gráficos según le iba viniendo la inspiración y también la goma de borrar, que no siempre se atinaba a la primera, sobre todo cuando se improvisaba sobre la muestra de la muestra de la amiga de una vecina que tenía un paño muy bonito con mucho cuento, que era lo divertido.

Ahora, con la serenidad que da la distancia y la madurez, que una ya tiene sus añitos, pienso cuánto me gustaría haber podido compartir con ella esta afición común, sin embargo no ha sido así.  Es cierto que fue ella la que me enseñó hace muuuuucho tiempo a coger las agujas y ganchillear largas tiras de cadenetas y unas florecitas la mar de monas que ya ni recuerdo cómo las hacía, pero entonces eso no molaba nada, cosas de viejas. Lástima de tiempo desaprovechado. En fin, es lo que tiene la vida, que podemos elegir entre muchas direcciones, unas más adecuadas que otras, pero siempre en un solo sentido: "palante", casi siempre más rápido de lo deseable. Sirva ésto de recuerdo, un beso Conchita.