Esta especie de dragón bebé o lo que quiera que sea, fue un encargo para un regalo de una persona muy especial para mí para otra persona muy especial para él… no sé si se ha entendido.
La idea parte de una pegatina,
perdón de un sticker de esos to monos que se mandan por WhatsApp, un reto para
mis escasos recursos crocheteros. Al principio todo fue ilusión y fantasía, la
elección del hilo, los colores… el diseño mental (siempre bajo supervisión del
demandante, que pa eso paga) hasta que pasé al “manos a la obra”. Ahí comenzó
el drama, poner una tercera dimensión a un dibujo plano no es tarea fácil y
traducirlo a puntos bajos, mucho menos.
¿No te ha pasado alguna vez que
la desconexión entre tus manos y tu cerebro es total? Pues a mí sí y muy a
menudo, pero en esta ocasión, sobremanera. Y para colmo intervino también el
corazón, el tercero en discordia. A ratos tejiendo, a ratos destejiendo,
calculando, anotando, tachando lo anotado… abriendo los ojos en plena madrugada
porque había dado en sueños con la clave… comprobando al día siguiente que esa
no era la clave… horas y horas de diversión.
Al final, el resultado no fue
malo, el demandante (perfeccionista y exigente de la perfecta perfección) quedó
satisfecho, medianamente al menos, y la destinataria del regalo, creo que
también. Los ojos, lo peor, costó trabajo
que no pareciera enfermo, loco, depresivo, el pobre pasó por varias fases hasta
que dimos con la expresión de dragón sano, sin sueño y sin problemas mentales.
No comparto las pruebas de lo dicho porque me deshice de ellas, algunas fotos
daban miedito.